Bienvenido a mi mundo de letras

Para aprender
A escribir un cuento
Lo único que debes
Aprender es ésto:
Busca tus palabras
Ríndete a su vuelo
Así, (y sólo así) verás tu alma
Surcar horizontes de sueños


Y si... ríndete al vuelo de tus palabras. Ellas irán hilvanando poco a poco, una a una, tus frases para que traigan a la realidad cotidiana a esos sueños que habitan tu alma, y que aún te falta descubrir.

sábado, 12 de diciembre de 2009

El anciano (cuento)



Atardecía un septiembre fresco en el Gran Buenos Aires, las veredas de esa arteria principal estaban desparejas reflejando el paso del tiempo, y tal vez de algunos gobiernos de administración no muy prolija.
El paso de los transeúntes había despegado alguna baldosa que se rompió antes de que el dueño de la casa tuviera posibilidad de concretar su arreglo.
Y en esa vereda donde cada tanto un árbol se erguía frondoso adornado por alguna bolsita de residuo a sus pies, se sucedían también umbrales de cemento. En uno de ellos, casi sobre la esquina, se hallaba sentado un anciano.
Un anciano sentado en un umbral es de descripción universal. Vestido con pantalones gastados, camisa prendida hasta el último botón del cuello, y un saco color marrón con algún agujerito o un bolsillo descosido. Barba de una semana, rostro cobrizo erosionado por las lluvias, el sol y el tiempo. Manos curtidas y mirada que mistura sabiamente la chispa de un genio con la de un niño cansado, bondadoso y huraño, y en su voz notas que mezclan un raro no se qué de nostalgia y rebeldía.
Esa tarde el silencio del anciano lo hacía formar parte del paisaje, mirando a lo lejos, apretando entre los dientes una pajita que le había arrebatado a la escoba antes de salir. Situado en un escalón superior de la vida, que le otorgaran el tiempo y los caminos de su ancianidad, miraba todo como acariciando cada instante de esa monotonía indolente.
Vio entonces acercarse por la otra esquina una multitud que quebró la hegemonía de su tarde…
Un grupo de personas que portaban pancartas, redoblantes, y cantaban alegorías contra el gobierno de turno.
Arrastraban neumáticos y algunos tenían el rostro cubierto… agresivos y nerviosos.
Vio también cómo los negocios de la cuadra bajaron presurosamente las persianas y cerraron asustados por la horda.
Uno de ellos, integrante de esa multitud, se detuvo justo frente al anciano para acomodar su mochila. Vestía pantalones oscuros y campera de jean gastada en la que se veían dibujos y palabras remarcados con birome; y una mochila negra donde resaltaba una boca de la que asomaba una gran lengua roja.
No tendría más de veinticinco años… cuando se percató sorprendido de la presencia del anciano, intentó balbucear un saludo, pero antes que pronuncie palabra alguna, el hombre de los años le preguntó:
- “¿De donde son?”
- “Somos piqueteros, vamos a hacer un corte en el puente” – le respondió el joven.
- “¿Otra vez…?” – dijo el anciano – “¿Y ahora por qué?”.
- “Y si, abuelo. El gobierno tiene que aumentar los planes de emergencia, y ahora le vamos a pedir además aguinaldo para fin de año”.
- “¿Aguinaldo…?” – preguntó calmamente al anciano.
- “Claro. Si los políticos roban a dos manos, y no se calientan cuando el pueblo no tiene para un pan dulce en las fiestas, o cuando los niños piden comida y no hay”.
- “¿Vos tenés familia?”.
- “No, pero yo vengo a hacerle el aguante a los demás”.
- “¿Y qué ganás?”
- “Me dan veinticinco pesos y la comida… además cuando salgan más planes voy a estar entre los primeros, y por ahí agarro diciembre con aguinaldo y todo… los pobre también tenemos derecho, ¿no?”.
- “Y la gente que vuelve de su trabajo y necesita cruzar el puente para volver a su casa… ¿no tiene derecho?” – casi fue una interpelación en la voz del anciano.
- “Bueno, abuelo… me voy porque yo traigo las mechas para quemar las gomas…” – dijo el joven luego de un breve silencio.
El anciano quiso preguntar algo más, pero el joven ya se mezclaba entre la multitud, entonces solamente dijo par sí mismo:
- “Cuidáte, muchachito… que Dios te proteja”.
Y volvió a sumergirse en sus pensamientos.
Y volvió a mirar la vida acariciando cada instante…, aunque en su mirada había ahora un dejo de tristeza al pensar: “¿Cómo sería yo a esa edad, cómo sería yo sin trabajo…?”.
En esos tiempos no había planes sociales, el pobre se las rebuscaba en cualquier cosa para ganarse el pan, y lo más importante eran la honestidad y la dignidad sin precio que les permitía caminar la vida con la frente en alto.
“¿Qué hubiera hecho yo..?” seguía preguntándose el anciano en una retórica extemporánea, hasta que concluyó: “Y bué… en mi época no había piquetes ni piqueteros”, mientras a la distancia se escuchaban las primeras sirenas y bocinazos, y una columna de humo negro viajaba hacia las alturas…



(Este cuento fue publicado en la Revista La Voz Fueguina en su edición nº 1493 de octubre de 2007.-)

No hay comentarios:

Publicar un comentario