Históricamente mis reflexiones tenían una rutina: caminar por las calles
de ripio de mi Concordia pateando piedritas mientras los pensamientos
volaban en alas de algún pegaso despreocupado de las inseguridades del
presente.
Estoy en Ushuaia, la inefablemente bella que no permite esa rutina... la
ha cambiado por otras costumbres.
Lo que no ha cambiado, gracias a Dios, es esa necesidad de tomarme un
tiempo para pensar, y luego volcarlo en letras...
22 de abril, Día Internacional de la Tierra. El día aconteció sin
mayores elocuencias.
Tierra, Jaruck, Pachamama.
Como el día de la madre, o de San Valentín, del Amigo, que generan la
disposición de hacerle un regalo al ser amado. A mí me provocó la
inquietud de ofrendarle un pequeño homenaje a ese... ¿ser?... a esa
totalidad que es la Tierra, dadora con gratuidad de madre de todos los
recursos que poseemos los seres humanos.
Sumido
en un tiempo sin horas
veo a mi tierra
sembrar crepúsculos
y cosechar estrellas
mientras la vida
transhumante orbita
pintando horizontes
plumas de leyenda
Esa tierra
a diario inventa
nubes de socorro
Esa misma tierra
exhala su aliento
herido de ozono
y a cambio recibe
mustia indiferencia
del privilegiado homo
que responde apatías
cubiertas de lodo
Por eso, sumido
en un tiempo extraño
observo a mi tierra
sembrando crepúsculos
cosechando estrellas
que insistente orbita
cauces de leyenda
gestando matrices
rumiando respuestas
que habrán de llegar
un día impensado
en la pluma rebelde
preocupada, contrita
del bohemio... del poeta
