Bienvenido a mi mundo de letras

Para aprender
A escribir un cuento
Lo único que debes
Aprender es ésto:
Busca tus palabras
Ríndete a su vuelo
Así, (y sólo así) verás tu alma
Surcar horizontes de sueños


Y si... ríndete al vuelo de tus palabras. Ellas irán hilvanando poco a poco, una a una, tus frases para que traigan a la realidad cotidiana a esos sueños que habitan tu alma, y que aún te falta descubrir.

jueves, 28 de enero de 2010

EL TROPIEZO


El tropezón lo obligó a mirar hacia atrás para descubrir al culpable… era una baldosa floja en la vereda. Inmediatamente miró a todos lados para cerciorarse que no había nadie, lo que mereció el reposo de su vergüenza.
Parece que los tropiezos son peores cuando hay testigos” se transforma inexorablemente en un común denominador universal.
Podrán todos los sabios (y por qué no los necios también) elucubrar sentencias que desestimen el enunciado, pero no podrán contra las verdades inestimables de la proba realidad.
Hacía unos meses que estaba desocupado, pero no extrañaba su último trabajo. Sentado en un banco de la plaza, con el diario en la mano buscaba en los clasificados alguna oferta de trabajo, y recordaba…
El camino a la oficina se traducía en cinco minutos a pie, Santiago tenía la suerte de haber hallado un “laburo piola” a pocas cuadras de su departamento alquilado en Mitre y Riobamba. Una administradora de consorcios que lo había contratado por tres meses a prueba, donde hacía ya un tiempo que trabajaba.
Estaba aprendiendo a pasos agigantados en ese año y medio de trabajo. “La administración es un arte…” le decía siempre su jefe y patrón, “Dar y quitar en períodos casi regulares, hacerles sentir que ellos mandan, pero uno debe manejar los recursos. Y siempre, siempre ser honestos con los números, las trampas dentro del saco y fuera de los libros”.
Y estaba aprendiendo, lo bueno y lo malo de administrar fondos ajenos. Las trampas dentro del saco y fuera de los libros. Cuando se inicia el contrato de administración con un consorcio, en los primeros dos meses hay que ser austeros, luego comenzar a gastar, y dos o tres meses antes de la instancia de renovación de contrato volver a la austeridad.
Esa mañana llegó a la oficina, vio que ya estaba Nancy, la recepcionista de la firma en su puesto, y a su saludo le respondió que  lo esperaba una lista de llamados del consorcio tal y cual.
Y comenzó “Señor Ordóñez, lo suyo ya está encaminado, a la tarde va el pintor”. “Señora Victoria… ¿no fue el plomero? Ya mismo lo reclamo”. “Hola, señor Taborda, si, si, ya hablé con el administrador y le podemos hacer una financiación de su deuda, no se preocupe, todo va a ir bien”.
Pucha carajo, quiero tomarme unos mates y no llego.
“Si, doctor, ya mandamos la carta documento a la compañía de seguros, luego le envió por mail una copia”. “Hola, Vicente, si, podés tomarte las vacaciones en Febrero, te vamos a conseguir un portero de reemplazo, está todo bien”.
Digo… y el mate ¿cuándo?
“A ver, déjeme ver, señor Chamorro, si su expensa es de trescientos cincuenta… lo anoto, la paga el quince, si, si, está bien, vamos a tratar de safarle los punitorios”.
Puta madre, se me va a juntar el mate con el almuerzo.
“Nancy, Nancy, pará… no me pases llamadas por cinco, dale, que caliento el agua y vuelvo. Ah, bueeeno, ¿está en el termo? Naaa… te merecés un aumento. Igual, dame cinco… gracias”.
Qué bueno, qué rico es el mate recién empezado, el cimarrón que contiene todo el sabor de la yerba que más le gusta. Mate en mano Santiago atendió varias llamadas más, que va el plomero, que le mando el pintor, que mañana cambiamos los matafuegos, que toma nota del ascensor que falla, el propietario que avisa que no estaba el portero a la mañana, que la empresa de seguridad no cierra la puerta, y varios etcéteras que acortan el tiempo y agilizan la mañana.
A las once y media deja de atender llamados hasta las tres de la tarde. Llega el momento de la compu y las planillas de cálculo donde habrá de volcar facturas y pagos a los proveedores de servicios de cada consorcio.
¿En qué consistía "la trampa dentro del saco y fuera de los libros"?
Había aprendido que el proveedor cotizaba los trabajos contemplando un plus para la administración contra la promesa de asignarle exclusividad en ese edificio para futuras tareas.
El diez por ciento, a veces el quince o el veinte quedaba de “vuelto” para la administradora, además de los honorarios que cobraban en forma mensual al consorcio.
El proveedor debía facturar el total de lo cotizado, y emitir un recibo como si lo hubiera cobrado todo a pesar de recibir un poco menos en realidad; ("dale, Gordo, tomá el cheque por ochenta y hacéme el recibo por cien, gracias").
Dentro del saco y fuera de los libros, era fácil y limpio.
A Santiago le molestaba esa impunidad. El acuerdo tácito del proveedor que necesitaba de los trabajos y para ello debía documentar que recibió cien cuando en realidad recibió ochenta.
Se podrán preguntar: “¿Entonces el proveedor no gana casi nada? Tan boludo no puede ser”.
Ese día se sentía curioso, y aprovechó cuando vino el gordo Ramírez, que era el plomero y le preguntó por qué perdía dinero callado, ya que facturaba algo y cobraba en realidad un poco menos. ¿Perdía esa diferencia? Noooo, el Gordo le contó que el proveedor calcula:
“Este trabajito para cualquier vecino le cuesta cincuenta pesos, pero yo debo dejar el veinte por ciento en la administradora, y… un regalito al portero para quedar bien y que no abra la boca, …ma´ si...¡lo cobro cien!, total ya está adjudicado de antemano”
El único que pierde es el consorcio, pero como al costo de los trabajos lo dividen entre todos los copropietarios, significa a veces un peso o dos más, y no se nota.
Cuando se liquidan las expensas a fin de mes cada propietario paga a lo mucho treinta pesos de más por todas las reparaciones, que no es tanto, y ni se da cuenta.
¡Pero el administrador cobra ese importe por cada uno de los copropietarios, que a veces son más de cien en un edificio! Un plus de mas de tres mil pesos por mes en cada propiedad horizontal que administra…
Dentro del saco y fuera de los libros.
Santiago comenzó a ver que toda esa impune corrupción le estaba haciendo daño, que le molestaba en lo profundo, que le daba una sensación que no es posible describir, algo de rabia, de asco, de impotencia, de estar frente a una morbosidad asquerosa de abstracta ilegalidad que le oscurecía el alma.
Buscó epítetos y sinónimos en su ordenador y halló la palabra: Nefando. Que no se puede observar sin horrorizarse.
Eso… era nefanda esa práctica, lo malo es que ante la ley no se pueda probar, porque está fuera de los libros.
Se sintió asqueado consigo mismo… a la semana siguiente renunció, tuvo ganar de poner en el telegrama que renunciaba por lo nefando de la práctica de su trabajo, pero simplemente acotó “por razones personales”.


Una paloma se acerca a metros de sus pies como esperando alguna miguita que no habrá de llegar.
Santiago mira a la distancia y piensa… ese trabajo en la administradora de consorcios ya pasó a la historia, ya fue, es pretérito, es pasado.
“Hoy estoy seguro que mi vida será siempre del color que le impregnaron mis padres y sus enseñanzas de honesto proceder”.
Y que por el peso de su propio transcurso, se repetía, en el camino de su vida ese trabajo se sintetizaría como “apenas un simple tropiezo”.

Y sentenció: “menos mal que no había testigos…”


ANA MARIA



Ella es, desde casi el principio de mi vida la musa exclusiva que Dios me ha regalado. Éste fue mi primer acróstico dedicado a ella, data del año 1980.



Amar
No es solo un te quiero
Amar es también sufrir
Morir de amor a lo lejos
Amar es pensarte
Realizarte en un sueño
Imaginarte sonriendo
Amar… son tus besos


Como un árbol de nostalgia


A
Ti
Que
Eres
Cielo
Tiempo
Quietud
Eres sol
Eres todo
Y eres nada
Eres brisa con
Nubes de sueños
Eres lluvia mansa
Que acaricia el prado
Eres vuelo de mariposas
Eres el eclipse que anticipa
Huracanes de cuerpos y ritmos
Que invade mi éxtasis de quietud
Cuando te sublevas para acariciarme
Y juntos bebemos el elíxir de sentirnos
Latir en cada espacio, vivir en todo tiempo
Y yo
Que Te
Espero
Siempre
Porque estás
en el tiempo eterno
Que se consume en cada noche
De café, de humo, de nostalgia, de árboles que se deshojan


DOS VETERANOS


Mario, veterano de guerra de Malvinas, 37 años, desocupado. Vestía un gastado conjunto camuflado,  de ésos que dan en el ejército; como atesorando una etapa en la que se sintió héroe.
Sentado en el banco de la plaza miraba a las palomas picotear miguitas que le ofrecían los jubilados.
Desde algún lugar llegaba “un exquisito aroma a salsa… si, si, pero con estofado, no… tal vez sea un guiso carrero. Uh, cómo me duelen las tripas” conjeturaba Mario mientras sentía que el estómago se le pegaba a las paredes abdominales. Hacía casi dos días que no comía.
(Tal vez nunca hayas sentido hambre de esa manera, ni hayas tenido la urgencia que vas más allá de un bajón de presión por falta de alimento cuando el apetito cruza la frontera del hambre, cuando el aire te aprieta las sienes y un breve sudor frío te humedece la frente. Ni hayas conocido, amigo que me lees, la cornisa de la hipotermia por falta de abrigo o que los diarios como única cobija se apiaden para conservar tu temperatura corporal).
Era una tarde de abril en Buenos Aires, cuando las hojas diplomadas en mayoría de edad comienzan a emanciparse de los árboles para iniciar vaivenes de gira otoñal, cuando el sol molesta en la piel pero se lo extraña enseguida al refugio de las sombras.
Un poco más allá, como a tres bancos de distancia, un anciano les enseñaba a darle migas a las palomas a tres niños que seguramente serían sus nietos.
Nuestro veterano de guerra los observó un instante, se imaginó que a ese abuelo hoy le tocaba sacar a pasear a sus nietos, y como todo abuelo prefiere un lugar de libertad antes del encierro del cine, o de los sitios de comida rápida casi obligatorios en la opinión de los chicos.
El bullicio lo aportaban los niños, el hombre de los años lo equilibraba con sobrio silencio, sólo interrumpido con muy breves palabras al alcanzarle miguitas a cada uno de ellos. “Así”, “Dale”, “Cuidado”. Seguramente así sería toda la relación de ese vínculo.
Pensaba… ¡los ancianos necesitan tan pocas expresiones para hacernos sentir que nos quieren! Y nosotros, solemnes seres experimentados nos deshacemos en explicaciones en cada interlocución para que nos entiendan, para hacer saber que cumplimos los roles de adultos responsables con nuestros menores.
Por su parte los niños sienten una indescifrable, inefable sensación de seguridad con el abuelo, un halo de protección que emana ese rostro surcado de arrugas les llega al alma. Y su silencio… genera un respeto tácito de propios y ajenos.
Mario, luego de contemplarlos un rato, se acercó tratando de no molestar a las palomas para no entorpecer ese ambiente de calma en sus vecinos observados.
Miró al hombre del tiempo indefinido y éste le respondió con media sonrisa a la vez que le ofrecía el paquete con migas para que se sume al acto de alimentar a las aves.
“Me hago paloma” pensó Mario… el cuadro del abuelo había distraído todo menos su hambre.
Los niños lo miraban con curiosidad, y el anciano le preguntó a Mario si no tenía alguna historia para contarle a los chiquilines.
Se sentó en el banco junto al abuelo, y los niños cruzaron las piernas y se sentaron en el suelo frente a él con una naturalidad que asombraba.
Y comenzaron algunas historias de los preparativos para recuperar Malvinas, de la vida en los cuarteles y el respetuoso amor por las enseñas patrias que cautivó a todos.
Como por arte de magia apareció una bolsita con sándwiches, y al paso del cafetero el abuelo pidió dos bien cargaditos para “bajar” la comida, para los niños luego habría gaseosas.
Un par de historias más, comieron galletitas dulces, y los chicos le dejaron al cuentista un paquete sin abrir. Cuando se preparaban para irse entre comentarios de los niños por las historias escuchadas, Mario notó que al anciano le faltaba la mano izquierda, pero por ese respeto tan genuino que generaba el hombre, no se atrevió a preguntar nada.
El abuelo estrechó la diestra de Mario y en ese apretón le dejó un bollito de papel con un gesto que le hizo intuir que no debía ser abierto en su presencia.
Esperó que se retiren lo suficiente para mirar, y mientras pensaba qué fue lo que le provocó hacer de narrador de historias para niños, descubrió una servilleta envolviendo dos billetes de diez pesos doblados. La servilleta tenía una torpe hilera de letras que le costó descifrar, con esfuerzo leyó… “Yo estuve en un campo de concentración”.


Y si… el hambre a veces angustia, pero otras tantas despierta a través del instinto las estrategias más audaces para conseguir el pan, y si esas audacias se basan en la honradez, seguro recibirán el beneplácito del Creador para bendecirlas con un gesto anónimo.