El tropezón lo obligó a mirar
hacia atrás para descubrir al culpable… era una baldosa floja en la vereda. Inmediatamente
miró a todos lados para cerciorarse que no había nadie, lo que mereció el reposo
de su vergüenza.
Parece que “los tropiezos son peores cuando hay
testigos” se transforma
inexorablemente en un común denominador universal.
Podrán todos los sabios (y por
qué no los necios también) elucubrar sentencias que desestimen el enunciado,
pero no podrán contra las verdades inestimables de la proba realidad.
Hacía unos meses que estaba
desocupado, pero no extrañaba su último trabajo. Sentado en un banco de la
plaza, con el diario en la mano buscaba en los clasificados alguna oferta de
trabajo, y recordaba…
El camino a la oficina se
traducía en cinco minutos a pie, Santiago tenía la suerte de haber hallado un “laburo
piola” a pocas cuadras de su departamento alquilado en Mitre y Riobamba. Una
administradora de consorcios que lo había contratado por tres meses a prueba,
donde hacía ya un tiempo que trabajaba.
Estaba aprendiendo a pasos
agigantados en ese año y medio de trabajo. “La
administración es un arte…” le decía siempre su jefe y patrón, “Dar y quitar en períodos casi regulares,
hacerles sentir que ellos mandan, pero uno debe manejar los recursos. Y
siempre, siempre ser honestos con los números, las trampas dentro del saco y
fuera de los libros”.
Y estaba aprendiendo, lo bueno y
lo malo de administrar fondos ajenos. Las trampas dentro del saco y fuera de
los libros. Cuando se inicia el contrato de administración con un consorcio, en
los primeros dos meses hay que ser austeros, luego comenzar a gastar, y dos o
tres meses antes de la instancia de renovación de contrato volver a la
austeridad.
Esa mañana llegó a la oficina, vio que ya
estaba Nancy, la recepcionista de la firma en su puesto, y a su saludo le
respondió que lo esperaba una lista de llamados del consorcio tal y cual.
Y comenzó “Señor Ordóñez, lo suyo ya está encaminado, a la tarde va el pintor”.
“Señora Victoria… ¿no fue el plomero? Ya
mismo lo reclamo”. “Hola, señor
Taborda, si, si, ya hablé con el administrador y le podemos hacer una
financiación de su deuda, no se preocupe, todo va a ir bien”.
Pucha carajo, quiero tomarme unos mates y no llego.
“Si, doctor, ya mandamos la carta documento a la compañía de seguros, luego le envió por mail una copia”. “Hola, Vicente, si, podés tomarte las vacaciones en Febrero, te vamos a conseguir un portero de reemplazo, está todo bien”.
Digo… y el mate ¿cuándo?
“A ver, déjeme ver, señor Chamorro, si su expensa es de trescientos cincuenta… lo anoto, la paga el quince, si, si, está bien, vamos a tratar de safarle los punitorios”.
Puta madre, se me va a juntar el mate con el almuerzo.
“Nancy, Nancy, pará… no me pases llamadas por cinco, dale, que caliento el agua y vuelvo. Ah, bueeeno, ¿está en el termo? Naaa… te merecés un aumento. Igual, dame cinco… gracias”.
Pucha carajo, quiero tomarme unos mates y no llego.
“Si, doctor, ya mandamos la carta documento a la compañía de seguros, luego le envió por mail una copia”. “Hola, Vicente, si, podés tomarte las vacaciones en Febrero, te vamos a conseguir un portero de reemplazo, está todo bien”.
Digo… y el mate ¿cuándo?
“A ver, déjeme ver, señor Chamorro, si su expensa es de trescientos cincuenta… lo anoto, la paga el quince, si, si, está bien, vamos a tratar de safarle los punitorios”.
Puta madre, se me va a juntar el mate con el almuerzo.
“Nancy, Nancy, pará… no me pases llamadas por cinco, dale, que caliento el agua y vuelvo. Ah, bueeeno, ¿está en el termo? Naaa… te merecés un aumento. Igual, dame cinco… gracias”.
Qué bueno, qué rico es el mate
recién empezado, el cimarrón que contiene todo el sabor de la yerba que más le
gusta. Mate en mano Santiago atendió varias llamadas más, que va el plomero, que
le mando el pintor, que mañana cambiamos los matafuegos, que toma nota del
ascensor que falla, el propietario que avisa que no estaba el portero a la
mañana, que la empresa de seguridad no cierra la puerta, y varios etcéteras que
acortan el tiempo y agilizan la mañana.
A las once y media deja de
atender llamados hasta las tres de la tarde. Llega el momento de la compu y las
planillas de cálculo donde habrá de volcar facturas y pagos a los proveedores
de servicios de cada consorcio.
¿En qué consistía "la trampa dentro del saco y fuera de los libros"?
Había aprendido que el proveedor
cotizaba los trabajos contemplando un plus para la administración contra la
promesa de asignarle exclusividad en ese edificio para futuras tareas.
El diez por ciento, a veces el quince
o el veinte quedaba de “vuelto” para la administradora, además de los
honorarios que cobraban en forma mensual al consorcio.
El proveedor debía facturar el
total de lo cotizado, y emitir un recibo como si lo hubiera cobrado todo a
pesar de recibir un poco menos en realidad; ("dale, Gordo, tomá el cheque por ochenta y hacéme el recibo por cien, gracias").
Dentro del saco y fuera de los
libros, era fácil y limpio.
A Santiago le molestaba esa
impunidad. El acuerdo tácito del proveedor que necesitaba de los trabajos y
para ello debía documentar que recibió cien cuando en realidad recibió ochenta.
Se podrán preguntar: “¿Entonces el proveedor no gana casi nada? Tan boludo no puede ser”.
Ese día se sentía curioso, y
aprovechó cuando vino el gordo Ramírez, que era el plomero y le preguntó por
qué perdía dinero callado, ya que facturaba algo y cobraba en realidad un poco
menos. ¿Perdía esa diferencia? Noooo, el Gordo le contó que el
proveedor calcula:
“Este trabajito para
cualquier vecino le cuesta cincuenta pesos, pero yo debo dejar el veinte por ciento en la
administradora, y… un regalito al portero para quedar bien y que no abra la boca, …ma´ si...¡lo cobro cien!, total ya está adjudicado de antemano”
El único que pierde es el
consorcio, pero como al costo de los trabajos lo dividen entre todos los
copropietarios, significa a veces un peso o dos más, y no se nota.
Cuando se liquidan las expensas a
fin de mes cada propietario paga a lo mucho treinta pesos de más por todas las reparaciones, que no
es tanto, y ni se da cuenta.
¡Pero el administrador cobra ese
importe por cada uno de los copropietarios, que a veces son más de cien en un edificio! Un plus de mas de tres mil pesos por mes en cada propiedad horizontal que
administra…
Dentro del saco y fuera de los
libros.
Santiago comenzó a ver que toda
esa impune corrupción le estaba haciendo daño, que le molestaba en lo profundo,
que le daba una sensación que no es posible describir, algo de rabia, de asco, de
impotencia, de estar frente a una morbosidad asquerosa de abstracta ilegalidad que le oscurecía el alma.
Buscó epítetos y sinónimos en su
ordenador y halló la palabra: Nefando.
Que no se puede observar sin horrorizarse.
Eso… era nefanda esa práctica, lo malo es que ante la ley no se pueda probar, porque está fuera de los libros.
Eso… era nefanda esa práctica, lo malo es que ante la ley no se pueda probar, porque está fuera de los libros.
Se sintió asqueado consigo mismo…
a la semana siguiente renunció, tuvo ganar de poner en el telegrama que renunciaba por lo
nefando de la práctica de su trabajo, pero simplemente acotó “por razones personales”.
Una paloma se acerca a metros de
sus pies como esperando alguna miguita que no habrá de llegar.
Santiago mira a la distancia y
piensa… ese trabajo en la administradora de consorcios ya pasó a la historia,
ya fue, es pretérito, es pasado.
“Hoy estoy seguro que mi vida será siempre del color que le impregnaron
mis padres y sus enseñanzas de honesto proceder”.
Y que por el peso de su propio
transcurso, se repetía, en el camino de su vida ese trabajo se sintetizaría
como “apenas un simple tropiezo”.
Y sentenció: “menos mal que no había
testigos…”
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