La
noche del verano fueguino tiene matices muy particulares. Uno de ellos, tal vez
el más notorio, es que se puede, literalmente, ver las estrellas sumergirse en
el mar allá a lo lejos, mientras la luna recorta su esfera en el abrigo oscuro
del universo, y halla a su gemela en el reverberar del océano.
Rolando,
chofer de una remisería local, por el contrario de los demás compañeros de
trabajo, prefería el turno de la noche.
Alrededor
de las siete de la tarde tomaba su turno cuando el chofer diurno le entregaba la
unidad recién lavada.
Verificaba
el coche, las cubiertas, combustible, la higiene general, se apoyaba haciendo
un poco de presión sobre los paragolpes para controlar los amortiguadores, y
luego revisaba si llevaba la documentación, si tenía cambio suficiente para
vuelto, y si estaban: el croquis de zonas, el talonario de facturas y el de vales de cuenta corriente.
Luego se acomodaba en el asiento de conductor, saludando al operador de la base
para probar el buen funcionamiento de la radio y avisaba su disponibilidad para
trabajar.
Su
carácter generalmente era estable, su gusto musical rondaba siempre canciones
tranquilas, de estilo romántico, “de poco ruido” como la gustaba decir a
Rolando, y que generalmente cae bien a todo pasajero.
Cuando
terminaba un viaje, y hasta tanto le adjudicaran otro, le gustaba bajar por las
calles perpendiculares a la Avenida Maipú ,
porque éstas parecían cortarse de golpe para dar la vista al mar.
Disfrutaba
mucho la temporada estival, cuando la noche demoraba su capa llegando muy de a
poco sobre la ciudad, y provocaba un eterno crepúsculo que mutaba sus colores
sobre las montañas.
Cada
noche tenía un tiempo de quietud, generalmente entre las dos y tres de la
mañana, cuando ya empezaba a saludar la claridad del nuevo día, y retomaba ritmo
el trabajo, ...en ese
horario a Rolando le gustaba mucho detenerse frente a la Bahía , bajando un momento
del auto, del cual dejaba los vidrios bajos para escuchar un eventual llamado
del operador de la agencia.
Y allí,
en ese instante, el hombre abandonaba se esencia de chofer para transformarse en
un ser lírico y romántico, capaz de misturar con sabia bohemia, la nostalgia y
el ensueño con su esperanza de amor.
En ese
mismo instante su mirada dejaba de escudriñar el espejo retrovisor, para mirar
en retrospectiva la profundidad del alma.
Y allí
lo visitaban los duendes de un pretérito no muy reciente.
Rolando
hacía diecisiete años había llegado a la Isla de Tierra del Fuego buscando mejorar su
horizonte laboral. En ese tiempo las fábricas prometían mejor reconocimiento por el esfuerzo,
y todo aquel que fuera capaz de ponerse el overol sin prejuicio, aunque su
formación diera para otro espectro, tenía augurios de éxitos inmediatos. Así de
generosa se mostraba Ushuaia, su capital, con quienes no discriminaban tareas.
Y fue
operario común, para luego ser reconocido como especializado, y al final del
tercer año en la fábrica, fue incorporado al área administrativa.
Allí
hizo sus diferencias, juntó dinero durante seis años para volverse a su
Escobar, en la provincia de Buenos Aires.
Pero no
se dio como lo esperaba…
Ni su
antigua novia, ni posibilidades laborales, ni siquiera su grupo de amigos
estaba como antes, cada uno en ocupaciones distintas, con su vida encaminada.
Todo
tenía un perfil diferente, y para colmo de males, sus recursos se fueron consumiendo
de a poco, mucho antes de volver a encontrar trabajo como dependiente de una
pinturería.
¿Qué
hacer? Rolando buscaba discernir sobre esa retórica, pero su sentido común no le
hallaba respuesta.
Por
decantación... nuevamente al sur, Otra vez andando y desandando calles San Martín,
Deloqui y Gobernador Paz, dejando currículum en toda oficina que pudiera.
Y así,
lo llamaron de un supermercado, y luego de una entrevista estaba trabajando
nuevamente, esta vez como cajero.
Toda
vez que sus tiempos se lo permitían, se dedicaba a escribir, viejo hábito que
fue su terapia durante los inviernos de dura nostalgia.
Toda
vez que abría el viejo cuaderno donde iba acumulando sentimientos, de sus
líneas parían frases que inevitablemente la contenían a ella, hábilmente
maquillada de nostalgia y fortaleza.
Cuando al
fin pudo comprar nuevamente un auto casi cero kilómetro, inmediatamente
intentó ponerlo a trabajar como taxi o remise.
Un buen
día las cosas se dieron como esperaba, dejó el supermercado y se dedicó a
trabajar con su propio auto.
Esa
noche, al tiempo que esperaba algún llamado frente a la bahía, su mirada
buscaba profundidades en el mar, mientras la figura de su antiguo y eterno amor
le sonreía desde sus ondulaciones.
Con
ella en las retinas, atendió al operador de la central que le indicaba tomar un
pedido en la esquina de San Martín y Roca.
Por
esas cosas indescifrables de la vida, su pasajero era yo, y debía trasladarme
hasta la calle Cipriano Reyes, del Barrio San Vicente.
Ni bien
tomó el pasaje, Rolando comenzó a contar de a poco su historia, que es bastante
común a la mayoría de los hombres que arriban a Ushuaia: sostener un mejor
trabajo a cuesta de extrañar lo que se deja en el norte.
Al poco tiempo de ésto lo llamé para regalarle un poema que me fuera inspirado esa
noche, sobre todo porque en sus palabras había notado la sinceridad de una historia en común, la nostalgia , una misteriosa rebeldía y el sueño de sostener lo que se
espera.
Comprendí
su estado de sensibilidad, porque los que esperamos que puedan venir del norte los
seres queridos, a veces dudamos y otras confiamos con esperanzada fe, oscilando
como un péndulo entre una sensación y la otra…
"PENDULAR"
El hombre frente a la bahía,
apoyado en la baranda
Hundida en pleamar,
buceaba su nostalgia:
Cuando todo te nombra, cuando todo
te reclama…
Te presentas en cada espacio, en cada sombra,
El tiempo y la distancia se agigantan en mi alma
En las luces que trepan los autos a lo lejos
En la ruta que ayer me alejó de tu mirada
No sé en qué niebla nocturna estaremos juntos
Ni qué espacios delatarán las siluetas
Que abrazadas se dejaban platear de luna
Bajo un alero furtivo que aún nos recuerda
Tu ausencia aletea un horizonte incierto
Con tu primavera recordándome que existes
Siestas robadas, abrazos de nieve
Paraíso y lenga, generoso y triste
Y luego… el silencio, polvoriento, profano
Palabras lluvia, promesas viento
No volvimos a vernos, ni una carta, ni llamadas
Sólo mis latidos denuncian que aún te espero
¿Dónde estarás ahora, a dónde irán tus besos?
¿Quién beberá de tus manos sus caricias más intensas?
¡Cuánto olvido necesita mi alma…
Para desairar el sueño de que aún me piensas!
El café se hermana al tabaco, sin logros
Sólo los poemas acompañan mi nostalgia.
La noche, la luna, el faro allá a lo lejos
Y tu aroma inundando mi distancia”.
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