“- Señor Presidente, gracias por venir a nuestro pueblo, porque se
trata de un humilde caserío olvidado en el medio del campo, sin la mirada del
mundo que gira a otra velocidad”
Acomodó el cable del sonido
instalado con dos bocinas especialmente para ese evento, y continuó: - “…porque usted nos tiene en cuenta, no más
que por eso. Los vecinos me designaron para que le dirija unas palabras, y como
no tengo tanta práctica es esto de hablar por micrófono, escribí en mi cuaderno
un sentir que me gustaría expresarle”.
En medio de escasos y tímidos
aplausos de los habitantes de Villa Estación, que se había convertido en
pueblo fantasma desde el cierre del ferrocarril, Rosendo mostró un cuadernito
de tapas anaranjadas que contenía lo que para él sería un emotivo discurso.
-“Sabemos que el país le exige estar atento a la necesidad de mucha
gente, de los importantes y de los de afuera, pero no se olvida de los pobres”
El Presidente hizo un gesto de
aprobación con la cabeza mientras con media sonrisa esperaba las palabras de
aquel hombre.
- “Mi pueblo piensa que gracias a usted, está pobre la miseria…” –
se hizo un breve silencio, y los organizadores del evento, políticos de una
ciudad vecina, le arrebataron el micrófono y lo bajaron casi a empujones de la
tarima improvisada a título de escenario, mientras rápidamente subía el
candidato postulado a la intendencia del pueblito y pedía aplausos para el
Presidente, en un burdo intento de disimular un fallido acto, del parroquiano
que comenzó a decir frases inconvenientes. Sus colaboradores le trajeron un
guitarrero y trataba de presentarlo haciendo las veces de experimentado locutor
conductor de fiestas.
¿Y qué pasó con Rosendo? El
policía de mayor rango lo cargó en un patrullero, mientras lo retaba por no
saber decir cosas agradables a la honorable visita, ¡¿Cómo le va a decir eso al
Presidente?! y cuando el pobre hombre balbuceaba “…pero, si lo que yo…” lo cortaban con un grito, un cachetazo y
amenazas de más trompadas.
Uno de los alcahuetes levantó el
cuaderno naranja que se había caído en el apurón, y como no sabía qué hacer con
él, y vio la mano tendida del Presidente, se lo entregó.
Luego del acto, para sorpresa de
todos, el Presidente pidió ir a la Comisaría. Una vez allá, solicitó al Jefe la
libertad de Rosendo, lo esperó, lo saludó con un cálido apretón de manos, se
disculpó por el proceder del parroquiano que acababa de perder la candidatura a
Intendente, lo felicitó por las palabras que no pudo decir… y le pidió si le permitía quedarse con el cuaderno naranja.
“…mi pueblo piensa que gracias a usted, está pobre la miseria… y digo
gracias a usted, porque hace unos años, luego del cierre del ferrocarril, la
miseria era la reina de aquí, se paseaba por las calles y abrazaba a todos los
vecinos, les hacía agachar la cabeza hasta a los mejores ubicados; y ya no
había animal que no luciera su hilera de costillas por la escasez de comida. Y
la miseria era la única que engordaba. Pero subió usted al gobierno, y de a
poco las cosas fueron mejorando, en un par de años la miseria fue perdiendo
fuerza, ya no era la reina, y poco a poco fue siendo ella la pobre y el pueblo
el que se iba enriqueciendo. Por eso le damos gracias, y a modo de ejemplo, le
ruego que conserve en su recuerdo la frase de Villa Estación: Gracias a usted,
está pobre la miseria”
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